Morir sin permiso
—Bueno, mozo, parece que te dan el alta hoy. Te vas a librar de esta enfermera sargento que te ha estado incordiando todos estos días.
—Pues la verdad es que… —Óscar perdió la destreza, aquella habilidad dialéctica que le había caracterizado— no quiero dejar de verte.
Lo dijo en un tono desconocido hasta ese momento. Le tembló algo la voz, y su lenguaje corporal mostraba un nerviosismo no exteriorizado hasta ese mismo instante.
—Me ha dicho tu madre que cocinas muy bien, que se te da bien esto de la «nueva cocina», la fusión y esas cosas que hacen ahora los buenos cocineros.
—Pues la verdad es que mi madre tiene toda la razón —ahí pudo volver a ser él mismo de nuevo.
—Espero que me lo demuestres, chaval.
—Trato hecho, dime cuando quieres que te invite a cenar, enfermera —dijo aliviado.
—Hoy salgo librando.
—Pues no se hable más, esta noche te invito a cenar en casa.
—Me parece muy bien.
—¿Sabes que vivo emancipado y no al cobijo de mami?
—Claro, ya me lo dijo ella, que eres todo un hombretón.