Morir sin permiso
—Bien, Eugenia pues…
Maite se enfundó la típica bata de color verde que utilizaban para entrar en la UCI, la mascarilla, los guantes de látex y los protectores de los pies. No sabía qué querría decirle el enfermo. Pensó que, lo más seguro, le reprocharía algo. Estaba hecha un mar de dudas. Tuvo la tentación de salir corriendo, pero ya no había solución, se encontraba frente a él.
—¿Te encuentras bien? —sorprendió a Maite con aquella pregunta.
—Quien te tiene que hacer esa pregunta soy yo. ¿Cómo estás?
—Bien, bien, a mi quien me preocupa eres tú.
—Gracias, muchas gracias. Me arrepiento de haber accedido a ver a ese mal nacido.
—El diablo a veces se disfraza con piel de cordero. Me alegra saber que te encuentras bien. —Fue ahí cuando intuyó que ella tendría una orden de alejamiento o algo similar.
—Estoy muy preocupada por ti…
—Óscar, me llamo Óscar.
—Maite —enunció ruborizándose.
—Bien, Maite, verás, yo no creo que esto haya sucedido por algo. Quiero decir, que no estábamos predispuestos a conocernos, pero ya que lo hemos hecho…