Morir sin permiso

Ella continuaba en la sala de espera. La madre de aquel desconocido que se había jugado la vida por ella permanecía impávida. Maite no sabía qué decir; se acercó con sigilo. Eugenia levantó la mirada cuando, de soslayo, se percató de que alguien se acercaba.

—¿Cómo se encuentra su hijo?

—Continúa igual, supongo. Nadie ha venido a decirme nada y estoy muy preocupada.

Maite estaba dispuesta a entrar a la UCI y preguntarle a su jefe por la evolución del siniestrado, pero no hizo falta, en ese instante apareció el médico.

—Tengo buenas noticias —se dirigió con una media sonrisa a la madre del paciente y añadió—: ha despertado del coma y parece que no ha perdido consciencia de quién es y qué le ha llevado a estar en la UCI. Tenemos que ser cautelosos, aunque, a priori, es una muy buena noticia. Se quedará en vigilancia intensiva al menos cuarenta y ocho horas, así podremos ver su evolución. Maite, ha preguntado por ti, si lo deseas puedes pasar mientras informo a…

—Eugenia, me llamo Eugenia —afirmó aliviada y sonriente, después de saber que su hijo había despertado.