Morir sin permiso

Llegó puntual a la cita con su madre. Sabía que le iba a soltar todo un interrogatorio en plan FBI. Cada dos por tres, su madre le hacía conocer a alguna chica de su edad; se había vuelto toda una casamentera, no deseaba que su hijo estuviera solo. A menudo le recordaba que su ex nunca le gustó y se lo dijo hasta el infinito, antes de casarse con ella.

Después de la comida, Óscar se echó una cabezada en el sofá del salón; siempre imaginó que su madre contemplaría como dormía, protegiéndole de los fantasmas de su vida.

Llegó a las siete en punto a la cita con su compañero de trabajo. Se encontraron en la calle Empecinado, frente a la cafetería, al lado del convento de monjas. No había demasiada gente para ser sábado. Óscar sabía que, según fueran pasando las horas, habría más ambiente. Pidió un agua con gas, y su compañero Felipe, una cerveza.

—Pues como te dije el otro día, Óscar, no logro mantener la calma necesaria para poder sobrellevar el trabajo. Llego todos los días estresado y con ganas de tirar la toalla. —Felipe realizó una pausa, estaba buscando la expresión adecuada para continuar—. Me cuesta conciliar el sueño…