Morir sin permiso

—¿Sucede algo? —preguntó Felipe, con la clara intención de volver la mirada hacia el lugar donde la clavaba Óscar.

—No, no lo hagas…, hay un… gilipollas que está teniendo una conversación muy tensa con una mujer y, por el lenguaje corporal, parece que la está abroncando en demasía… no sé, ella ha soltado una lágrima, se ha levantado y parece que va a salir a la calle, pero él la está agarrando fuerte por el brazo.

Aquella mujer se zafó del individuo que, con insistencia, la obligaba a quedarse. Óscar pudo observar con nitidez el pánico dibujado en su rostro. Aquel tipo tenía los ojos inyectados en sangre e ira. Podría tratarse de un episodio de violencia machista. Optó por levantarse de forma discreta y salir a la calle junto a ellos.

—Te vas a quedar conmigo. ¿Quién te crees que te va a querer a ti? ¿Te has visto? No vales para nada. ¿Piensas que una orden de alejamiento va a impedir que haga de ti una mujer de provecho? ¡Venga para casa! No me hagas repetírtelo dos veces.

—He dicho que me sueltes, no voy a volver contigo, y tú no entrarás nunca más en mi vida, y menos en mi casa. No sé por qué he accedido a venir a hablar contigo. Te recuerdo que tienes una orden de alejamiento…