Morir sin permiso

—Vas a soltar a esta mujer ahora mismo.

Óscar serio, no excesivamente amenazante, pero categórico, se dirigió al individuo que pretendía impedir que aquella mujer se moviera con libertad.

—¡Vaya por dios! Ya sabemos el porqué de todo esto, ¿verdad, Maite? Si te has echado un novio…, mírale como babosea por ti. He estado ciego. Me decías que no había otra persona.

—A este señor no lo conozco de nada.

—Ya. ¡Y ahora voy yo y me lo creo!

El maltratador agarró a Óscar por el cuello y presionó con fuerza. Óscar sintió que le faltaba el aire y le flaqueaban las piernas. A pesar de todo, lanzó un puñetazo contra aquel energúmeno, impactándole en la mejilla.

—Rafa, por Dios, que no le conozco de nada. Déjale en paz.

Aquel agresor machista propinó un duro puñetazo a la mujer en su rostro, quien cayó al suelo a plomo. Se dio media vuelta mirando a Óscar con ira. Le sacudió un croché seco en la mandíbula, se escuchó el terrible sonido al impactar con enorme fuerza en su cara. La agresión hizo tambalear a Óscar. Dio con una de sus rodillas en el suelo, y cuando intentó, medio grogui, incorporarse, se encontró con la suela del zapato de aquel individuo en su cara. Óscar perdió la visión, estaba noqueado, con las dos rodillas clavadas en el asfalto, a punto de caer desvanecido. Aquel sujeto estaba totalmente colérico. Su agresividad le hacía estar fuera de sí; cogió con ambas manos la cabeza de Óscar y le asestó dos durísimos cabezazos, causándole diversos daños. Justo cuando cayó al suelo, inerte como un muñeco, se personó por la zona una dotación de la Policía Nacional, alertada por algún ciudadano. El maltratador fue rápidamente engrilletado.