Morir sin permiso
—Para, amigo. Creo que cometes el error de tomarte como algo personal todas las conversaciones que tienes con la clientela. Tendrías que saber diferenciar lo personal de lo laboral. —Ahora fue Óscar quien hizo una breve pausa—. Ponerte un escudo, una pantalla. Y cuando cuelgues el teléfono, debes tener la habilidad de desconectar: se acabó la llamada y se terminó el mal trago. Si tienes que redactar un informe para comunicar algo importante a la empresa, lo haces, y después se acabó hasta la siguiente llamada.
—Ya, eso es muy fácil de decir, pero es que son una detrás de otra, y la verdad, que para la mierda de dinero que nos pagan…
—Mira, Felipe si accedí a vernos hoy fue porque en ti he visto posibilidades. Te voy a decir algo: hay personas que matarían por tener tu puesto de trabajo, así que abandona lo negativo, de esa manera nunca llegarás a nada. Es una cuestión de actitud. No puedo con la gente que está todo el día lloriqueando, diciendo lo malo que es su trabajo o lo hijoputa que es su jefe. Ponte las pilas, chaval. Lo único que haces es autocompadecerte, por eso no avanzas. —Óscar paró de repente, y con la mirada se fue de la conversación a una mesa próxima a ellos.