Morir sin permiso
Mientras llegaba la hora, ese viernes decidió permanecer en casa, enganchado a una de las múltiples y variadas series de una plataforma de pago hasta las tantas de la madrugada.
Despuntaba el alba, la noche abandonaba lánguidamente sus dominios, potestades, penumbras y tinieblas, dando paso a la claridad del nuevo día. Los sueños nocturnos se alejaban traicioneros, fugaces y cobardes mientras se incorporaba paulatinamente la realidad del día recién nacido. Óscar, poco a poco, despejaba la mente comprendiendo su realidad. Un rayo de sol se coló fugaz, debilitado a través de la vieja persiana de la ventana de su habitación. Miró la hora en su teléfono móvil y decidió que era el momento idóneo para salir a hacer running. Tomó un poco de leche y un pequeño plátano, y salió a correr. Seguía un circuito que le llevaba desde su casa hasta el Centro Comercial La Dehesa; así que entre la ida y la vuelta recorría algo más de diez kilómetros. Se había aficionado a disfrutar de la soledad del corredor de fondo. No le gustaba correr con nadie, prefería hacerlo con la compañía de su propia soledad, ahí era donde se le ocurrían las mejores ideas. La reflexión, oír algo de música, tener un encuentro sosegado consigo mismo, eran elementos imprescindibles para su vida. No era nada introvertido; sin embargo, ciertas actividades las reservaba para vivirlas en la intimidad.