Morir sin permiso
Le habían dejado la cara, literalmente, como un mapa. Todo lo que le explicaban no hacía más que incrementar su inquietud: el TAC indicaba conmoción cerebral, unido a un estado comatoso. A la madre se le dispararon todos sus miedos.
Una joven enfermera invitó a Eugenia a salir de la UCI, ya que sospechó que el enfermo podía estar en un estado de semiinconsciencia y percibir el llanto de su madre.
—Si no llega a ser por él, me habría matado.
—¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? —inquirió Eugenia.
—Me llamo Maite, supongo que usted es su madre….
—Sí, soy su madre, ¿qué ha sucedido? —preguntó mirando con fijeza a sus ojos, mientras una lágrima recorrió libremente su rostro—. ¿Quién le ha hecho esto a mi hijo?
—Mi ex me estaba agrediendo y él se interpuso. —Maite no sabía cómo explicar a aquella desconocida lo acontecido—. Su hijo me ha salvado la vida, señora.
—¡Virgen santa!. Supongo que estás hablando de violencia machista, ¿no? —La perplejidad que sentía no le impedía comprender lo que trataba de explicarle aquella desconocida—. ¿Mi hijo salió en tu defensa?