Morir sin permiso

—Exacto, así es. —En ese instante fue Maite quien derramó lágrimas de forma incontrolada—. Si no hubiera sido por él no sé qué habría sido de mí. Lo importante ahora es su hijo, no yo.

Ambas se abrazaron, surgió de forma espontánea; permanecieron un rato abrazadas dejando correr las lágrimas, que sirvieron como purificación y desahogo mutuo. En ese momento, apareció el médico que estaba tratando a Óscar.

—Doctor, ¿puede explicarme cómo está mi hijo y si tardará en volver en sí? —inquirió Eugenia, gesticulando con una mueca que el médico supo interpretar como que no sabía bien cómo exponer la pregunta.

—Estas son lesiones focales que afectan a una parte cerebral determinada. No es lo mismo un paciente que haya tomado una droga, por ejemplo, heroína, que una persona que haya tenido un accidente. Los resultados del TAC no son concluyentes, sin embargo, me atrevería a decir —el doctor realizó una pausa, necesitaba escoger las palabras adecuadas— que no tardará en despertar; de hecho, parece que responde a ciertos estímulos. Eso me hace ser optimista. Por favor, pongamos estas palabras entrecomilladas; no deseo tener un exceso de optimismo. Maite, ya sabes cómo funciona esto —el médico se dirigió en ese momento a la enfermera, que trabajaba a diario con él en aquella sección, en la UCI—. Ella forma parte de mi equipo. Hoy está librando.