Morir sin permiso
Eugenia sintió cierto sosiego al oír esas palabras, en cierta manera actuaban con un poder ansiolítico.
Miró con interés a los ojos de Maite y se percató de que la enfermera tenía una mirada limpia. No solo era guapa, también vestía adecuadamente; para ella eso era significativo. Las palabras del médico hicieron prender una luz en su interior, comenzando a albergar cierta esperanza.
—Ya sabes cómo funciona esto, Maite. Por favor, sentaos en la sala de estar y cuando haya algún cambio os informo.
No dio tiempo a que ambas mujeres hicieran lo que les había aconsejado el médico. Dos policías de paisano se identificaron y pidieron a Maite que los acompañara a comisaría. Fue trasladada en coche oficial a la glorieta de la Armada, donde estaba ubicada la comisaría de Policía. Tuvo que esperar unos minutos sentada en una incómoda silla, mientras se agolpaban todos los hechos en su recuerdo, y las lágrimas, sin poder reprimirlas, recorrieron ambos carrillos a discreción.
—Acompáñeme, por favor —solicitó una mujer policía entregándole unos clínex mientras la ayudaba a levantarse de la silla.